Aunque la ciencia ficción nos ha mostrado robots que desarrollan sentimientos, en la vida real estos sistemas todavía no existen. Sin embargo, los neurocientíficos Kingson Man y Antonio Damasio tienen una hipótesis acerca de cómo dar sentimientos a los robots.

Para estos neurocientíficos solo hace falta construir un robot con la capacidad de sentir el peligro de su propia existencia, y en ese caso se vería obligado a desarrollar sentimientos para guiar los comportamientos necesarios para asegurar su propia supervivencia.

En ese sentido, Man y Damasio proponen una estrategia para imbuir a las máquinas (como robots o androides humanos) con el “equivalente artificial de la sensación”. Los expertos creen que el principio biológico de la homeostasis haría que los robots fueran más inteligentes. Solo habría que poner a las máquinas a observar el principio biológico de la homeostasis, la idea de que la vida debe regularse a sí misma para permanecer dentro de un rango estrecho de condiciones adecuadas.

Hacer a las máquinas conscientes de las características análogas de su estado interno equivaldría a la versión robótica de los sentimientos. Y según los neurocientíficos, tales sentimientos no solo motivaran el comportamiento de la autoconservación, sino que inspirarán una nueva IA que emule más de cerca la realidad.

Las máquinas inteligentes están diseñadas para una tarea específica, como predecir una enfermedad, jugar Go, conducir un automóvil, etc. Pero la inteligencia humana por su lado es más general y puede hacer frente a cualquier tipo de situaciones. Los científicos han buscado durante mucho tiempo la fórmula para que los robots sean más inteligentes a nivel general, y ahora según Man y Damasio, la clave está en los sentimientos.

Esto, basados en la idea de que los sentimientos surgen de la necesidad de sobrevivir. Cuando los humanos mantienen un robot en un estado viable (todos los cables conectados, la cantidad correcta de corriente eléctrica, la temperatura cómoda), el robot no tiene que preocuparse por su propia conservación y por tanto no necesita sentimientos (señales de que necesita algo).

Los sentimientos motivan a los humanos a buscar estados óptimos de supervivencia, ayudando a garantizar que los comportamientos mantengan el equilibrio homeostático necesario. Una máquina inteligente con un sentido de su propia vulnerabilidad debería actuar igual ante las amenazas a su existencia.

Pero para percibir las amenazas, un robot debe estar diseñado para comprender su propio estado interno. Podría hacerse a partir del aprendizaje profundo, un descendiente moderno de la vieja idea de las redes neuronales artificiales, que requiere múltiples capas de redes neuronales para clasificar e identificar patrones.

Un robot inteligente, por supuesto, necesitaría identificar muchas características en su entorno, al tiempo que realiza un seguimiento de su propia condición interna. Sin embargo, la capacidad de detectar estados internos no importaría mucho, a menos que la viabilidad de esos estados sea vulnerable a los ataques del medio ambiente.

¿Recuerdas cuando David, interpretado por Haley Joel Osment, en la película Inteligencia Artificial en la escena del desguace de robots era el único que experimentaba el miedo a la muerte? En este caso podía percibir su estado interno y al mismo tiempo analizar los ataques del medio ambiente, de esas percepciones venían sus sentimientos y por lo tanto, un estado de inteligencia superior, más cercana a la humana.  

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